Esto no es una reseña, sino un análisis en profundidad sobre la obra. Tenlo en cuenta si no quieres que te la destripen.

Estrenamos la sección de Rayos con Dientes rojos (Obscura, 2021), de Jesús Cañadas (Cádiz, 1980). Analizaremos la alegoría del feminicidio que logra el autor a lo largo de las 376 páginas asfixiantes y terroríficas de la novela.

Dice la editorial de ella que «Rebecca Lilienthal, una adolescente berlinesa, ha desaparecido del internado en el que reside. Lo único que ha dejado tras de sí es un charco de sangre sobre el que flota un diente arrancado. Lukas Kocaj, un agente recién salido de la academia, será el encargado de encontrarla. Acompañado del inspector Otto Ritter, un policía brutal, racista y desfasado, Kocaj descubrirá cada vez más fragmentos de la vida oculta de Rebecca, de las siniestras fuerzas con las que bailaba y del peligroso juego en el que se ha aventurado. Un juego que ampara los macabros asesinatos de decenas, quizás cientos, de niñas y mujeres».

Dientes rojos está dividida en dos partes. En la primera, seguimos a Lukas en su búsqueda de Rebecca por las calles de Berlín, en un thriller oscuro, en el que se plantea un camino del héroe escabroso y ciertamente desagradable. La magnífica ambientación berlinesa nos adentra en una ciudad retorcida, donde las apariencias no engañan y lo que encontramos es codicia, envidia, violencia, venganza, deseos sexuales reprimidos; nos adentra en lo más grotesco y carroñero de Berlín.

Será en la segunda parte, donde seguimos a Rebecca, cuando nos introduzca en el horror. Detengámonos aquí a ver la diferencia entre «thriller» y «horror».

El thriller es un género literario que se caracteriza por generar suspense e intriga; sus rasgos principales serían la tensión constante, el misterio (en este caso, seguimos el caso de la desaparición de la joven Lilienthal), protagonistas antihéroes (desde luego, Kocaj está lejos de ser un dechado de virtudes) y finales sorpresivos. Todo ello lo cumple la primera parte de la novela. Diría, además, que salvo en los capítulos finales, ni siquiera podríamos hablar de literatura fantasista, puesto que hasta muy avanzada la trama de Kocaj no hay ningún elemento sobrenatural.

¿Qué lo diferencia entonces del horror? Este último género se determina por todo lo anterior y por introducir un elemento sobrenatural. Seguiremos una metodología que nos facilite señalar si esta novela cumple los requisitos o no. Para ello lanzaremos al texto cinco preguntas:

    1. ¿Tiene un elemento fantasista? Sí, aparecen dos: el Rey (un monstruo con una capa de dientes humanos) y Lilienthal renacida. El monstruo sale al final de la trama de Kocaj y es parte fundamental para la alegoría del feminicidio de la que hablaremos más adelante; y la chica renacida es la voz narrativa que cuenta su versión de la historia en la última parte de la novela.
    2. ¿Cómo se construye el universo ficcional? En el momento en el que nos encontramos dos seres sobrenaturales, a los que no se les da justificación ni científica ni lógica, estamos en literatura de lo sobrenatural. El universo ficcional de la novela (no confundir con cosmogénesis o espacio narrativo) no acepta el paradigma científico predominante hoy en día y se construye en función de elementos inexplicabes.
    3. ¿Se acepta o se rechaza el universo ficcional? Se rechaza, tanto en la pieza de Kocaj como en la de Lilienthal. No solo no es agradable, sino que resulta en momentos repulsivo.
    4. ¿Qué efecto produce el universo ficcional? La parte de Kocaj (el thriller) sería más la expectación ansiosa por lo que va a ocurrir y no se adentra tanto en el terror; sin embargo, la parte de Lilienthal (el horror) con bastante claridad busca provocar miedo. Y diría que lo consigue porque resulta espeluznante.
    5. ¿Con qué grado de mímesis se construye el universo ficcional? La mímesis es alta. El universo ficcional se centra en un Berlín actual, personajes contemporáneos y vivencias reconocibles por las lectoras.
Por tanto, tenemos una obra que incluye un elemento fantasista sobrenatural, un universo ficcional que produce rechazo y que provoca miedo y donde la mímesis es alta. Todo ello rasgos del horror o terror fantástico.

Cada una de las tramas es narrada por el protagonista; en la primera, Kocaj y, en la segunda, Lilienthal. La del policía sería un thriller, con todos los aspectos propios de este género, mientras que la de la joven asesinada será horror, con una nítida propuesta de ofrecer lo monstruoso revisionado. Me parece sugestivo este giro argumental, que implica un cambio casi completo de la obra; no solo vira la trama, sino que cambia la voz narrativa, el efecto, hasta las técnicas utilizadas, que rotan a una exposición más cruda y terrorífica de lo que se narra, con un personaje principal que al mismo tiempo te genera compasión y asco.

La doble vertiente resulta muy interesante para la construcción del trasfondo de la obra. La intriga y el suspense de la primera trama hace que la lectura sea fluida y que nos vayamos adentrando en la oscuridad sin darnos cuenta. Mientras al principio seguimos a un policía novato con unos principios cuestionables, según avanza la lectura nos encontramos que la distinción entre lo bueno y lo malo desaparece, que quienes creíamos despreciables se convierten en los extraños héroes de un mundo despiadado, héroes que provocan el mismo daño que quieren erradicar.

Para cuando llegamos a la aparición del Rey, estamos ya preparados para que ocurra cualquier cosa. Y lo que sucede es que nos introducimos en el reino del espanto, regido por un monstruo que lleva una capa de dientes rojos, los dientes de sus víctimas; un ser inmundo al que no se puede matar y al que se le va enfrentar otro monstruo, una joven sin rostro, que ha muerto torturada por una de las armas del propio Rey.

–En algún momento empecé a pensar en él como el Rey y me pareció… no sé, natural. Lleva corona, a fin de cuentas, ¿no? Creo que el profesor quería… no sé, llamarlo, invocarlo. Hacerle un sacrificio. Se me tiró encima y empezó a apuñalarme. Vaya si me apuñaló. Me salvaron el riñón izquierdo, pero no me funciona bien del todo. Y me rendí. Tras la primera puñalada, dejé de resistirme. Qué más daba. Tenía delante de mí la cara arrancada de mi niña, Podolski. No quería enfrentarme a la vida después de aquello; no quería ser el desgraciado a quien le habían asesinado a la hija. Habría dejado que me matase y aquí paz y después gloria, pero lo vi. Estaba en un rincón del salón, en la esquina del techo. Nos observaba. Como una araña. Esa corona de luna hacía muescas en la nada. Esos dientes arrancados colgaban hasta el suelo y se mecían con la brisa que entraba por la puerta que yo acababa de echar abajo. Rechinaba. […] –Quizá debí pensar que me lo imaginé –sigue Ritter–. Que era una imagen residual de un cerebro al que ya le empezaba a faltar la sangre, pero no fue así. Cuando lo vi, algo dentro de mí me dijo que él era el responsable, que era él quien había matado a mi Anna. El profesor no era más que el arma que el Rey había empuñado. […] –He investigado el noventa por ciento de los casos de mujeres desaparecidas, violadas, asesinadas y torturadas en la ciudad desde hace veinte años. Él está detrás de todos. (…) siempre son hombres. Maridos, hermanos, novios, vecinos, maestros, conocidos. Y siempre están al servicio del Rey, lo sepan o no. Nadie se lo impide, Podolski, nadie los frena. Así que lo hago yo.

¿Quién es el Rey? Es un ser que empuña innumerables armas: los hombres que matan a mujeres. Los feminicidas que año tras año arrancan la vida a sus mujeres, madres, hijas, hermanas, amigas. ¿Y qué es eso que sustenta tanta muerte y dolor?, ¿quién lo permite?, ¿qué sistema acepta que sus ciudadanas mueran sin hacer nada? El Rey es la manifestación violenta de esa estructura social, el patriarcado, que ejecuta a las mujeres, y lo hace usando sus mejores armas: hombres perversos.

Esta novela es una alegoría del feminicidio, donde el monstruo es la estructura que soporta el asesinato continuado y contumaz de mujeres por el hecho de ser mujeres, da igual el motivo, el asesino que hay detrás de cada feminicidio responde a ese monstruo que lo domina, un monstruo escondido, que nadie puede ver, salvo sus víctimas y sus asesinos, que le ofrendan los dientes de estas.

Uno de los símbolos de la novela, quizá el principal, es el diente, que aquí simboliza dos contrarios. Por un lado, la vulnerabilidad, la de las víctimas a las que se los arrancan; por otro, la ferocidad, la agresión y la capacidad de infligir daño. Los animales con dientes grandes y afilados suelen ser vistos como amenazadores y poderosos. Eso es el Rey, un animal peligroso que ostenta su poder con fiereza. Juega, por tanto, con los prejuicios de los roles de género: la víctima, la mujer, es vulnerable y está supeditada al hombre, que es el agresor, el fuerte, el que somete a la mujer. La jerarquía se mantiene, el Rey la perpetúa.

Todas las mujeres tememos al Rey y a sus armas, a todas nos han enseñado que debemos huir de ellos, que debemos protegernos de los depredadores, pero rara vez nos cuentan que son tantos, el Rey tiene tantas armas, que si una te elige como víctima, poco vas a poder hacer, salvo morir torturada.

Dientes rojos es una novela de aristas, en la que la maldad lo inunda todo, donde el terror gana la partida, porque solo un monstruo puede vencer a otro monstruo. La venganza empaña el desenlace, porque si uno tortura hasta la muerte a alguien y lo hace para convertirla en un arma, quizá ese monstruo renacido escoja cambiar las tornas.

Lukas se inmoló, para que Rebecca pudiera renacer, quizá con la esperanza de que acabara con el sistema que perpetúa tanta muerte; sin embargo ella decide otro camino, el de la venganza, uno que no le sea impuesto. Es propablemente el mayor temor del hombre, como constructo social: el que las mujeres nos revelemos e inflijamos el mismo daño que hemos soportado durante siglos.

Al final, Rebecca se convierte en una górgona, seguida por cientos de espíritus vengativos, que buscan a las armas del Rey para matarlos. Una reina de amarillo, el color de la venganza.

No nos habla esta novela de cómo acabar con el Rey, sino de cuál es la consecuencia de tanto horror, porque ante tanta destrucción nuestras decisiones no son las más puras, sino las más bajas. Las mujeres podemos ser monstruos y también deseamos venganza.

No entraré en la controversia que plantea (la podemos dejar para los comentarios), respecto a la moralidad de la historia. ¿Es el feminismo un espacio de revancha o un lugar donde se busca erradicar la violencia? Tengo clara cuál es mi respuesta. Pero no creo que el libro pretenda responder esta pregunta. Me parece que la intención es señalar que la violencia genera violencia y que la mujer, como constructo social, igual prefiere dejar de ser una víctima más.

–Soy la mujer de mimbre, la gran cabrona, la espíritu santa. Soy la mujer del saco, la medusa que sostiene la cabeza cercenada de Teseo. Soy toda la violencia de la os habéis apoderado y que ahora os devuelvo. Mi nombre es Rebecca y soy la Reina de Amarillo. Y no estoy sola.

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